El cambio climático amenaza con modificar fuertemente los ecosistemas en todo el planeta.
El siglo XXI presenta para la humanidad una serie de retos sin precedentes. Sin duda el más importante de eso retos es el cambio climático, que amenaza con modificar fuertemente los ecosistemas en todo el planeta y con ello pone en riesgo la supervivencia de muchas especies, entre ellas la nuestra. Las vías de solución o combate a esta amenaza no están en las manos de ningún individuo ni estado, requieren replantear la forma en la que hemos hecho las cosas los últimos 200 años y, especialmente, requieren de una cooperación internacional sin precedentes que deje en el olvido los nacionalismos arcaicos.
El campo de la energía tiene un rol especialmente importante en esta transición al ser uno de los mayores generadores de gases de efecto invernadero. En función de ello, la matriz energética mundial está transitando de forma cada vez más acelerada a fuentes que reducen drásticamente las emisiones. México, en su calidad de país en vías de desarrollo, ha sido lento para encaminarse con las corrientes de transición energética, y más grave aún, los últimos 2 años han sido completamente a contracorriente.
La iniciativa de reforma a la Ley de la Industria Eléctrica (LIE) es hasta ahora el más claro ejemplo de la completa contraposición de la política energética de la Administración federal con respecto de las tendencias globales. Muchas de las más grandes empresas petroleras a nivel mundial, conscientes de la inviabilidad futura de su modelo de negocios tradicional, están volcándose fuertemente hacia líneas de negocio impensadas en el pasado, en donde resalta la generación de energía eléctrica con fuentes renovables.
Evidentemente la motivación de estas empresas es económica, no se debe a una repentina consciencia ambiental. Pemex y CFE, como empresas estatales, si bien tienen una dimensión social, deben basar sus decisiones en la viabilidad futura para la generación de valor para el País. La decisión de buscar la predominancia de las empresas estatales a toda costa e independientemente de la generación de valor, es producto de la idea de una época de oro a la que se quiere volver y que evidentemente mira al pasado, y no al futuro.
La pandemia del Covid-19 ha traído disrupciones importantes en el uso de la energía, en sectores como el transporte, la industria e incluso en el hogar. Estos cambios han alterado fuertemente los mercados energéticos y, en consecuencia, muchos países y empresas han acelerado la transición energética. Caso contrario, en México la pandemia ha caído “como anillo al dedo” para imponer cambios regulatorios con muy pobre sustento legal y principalmente con un enorme desprecio a los compromisos climáticos internacionales y a la transición energética.
El día de hoy los problemas técnicos no tienen explicaciones técnicas, los problemas económicos no se explican por la dinámica de los mercados y variables económicas, por el contrario, todos los problemas se atribuyen a los adversarios ideológicos: las empresas privadas de energía y las energías renovables.
En el contexto del comercio internacional actual, en el que las cadenas de suministro están pasando por una época muy fuerte de cambios, México se posiciona como un destino de inversión muy interesante con acceso directo al mercado estadounidense. En ese orden de ideas, las consecuencias más desfavorables de la iniciativa de reforma a la LIE seguramente no serán aquellas directamente relacionadas con los cambios mismos que se están proponiendo, sino que veremos las consecuencias más negativas en la falta de confianza de los inversionistas en el respeto al estado de derecho y la certeza regulatoria. Es completamente insostenible para México en el mercado global el estar cambiando drásticamente la regulación cada 6 años.
México no es ajeno a los grandes problemas de la humanidad. En particular el cambio climático hace imposible despreocuparse de las emisiones contaminantes de otros países, ya sean vecinos o muy distantes. Las tendencias globales en temas de transición energética son cada vez más claras y omnipresentes. México tiene la oportunidad de impulsarse hacia el futuro con esta fuerte corriente de cambio global, pero al mismo tiempo tiene el riesgo de empecinarse en ideales anacrónicos que van completamente a contracorriente, solamente para darse cuenta unos años después de que no solamente no se han hecho avances, sino que se ha retrocedido.